Elizabeth Strout

Elizabeth Strout

Querida Birgit:

En el teatro municipal, escuchando la maravillosa, doliente y larga pasión según San Mateo de Bach, hacia el final de las 3 hrs y media que dura, un irreprimible pestañeo, un cerrar los ojos una fracción de segundo, y me encontré soñando un sueño muy completo, allá en mi otro mundo del cual tanto hablamos siempre. Segundos antes estaba despierta, oyendo esa preciosa música y con pensamientos diversos: lo sobrecogedor del calvario, los sonidos de la orquesta, el asiento viejo y con cototos donde estaba sentada; y en ese cerrar de ojos estaba en una casa, con muchas habitaciones inesperadas que iban siendo descubiertas de a poco por varias personas entre las que me encontraba, la casa se había trasladado desde un cerro a la ciudad y… nuevo pestañeo y estoy en el concierto, teatro municipal, maravilloso coro conmovedor, calvario, asiento que necesita refacción…

Ahí pensé en lo sorprendentemente cerca que están ambos mundos en nosotros y en esas escenas tan distintas que están ocurriendo simultáneamente. El mundo ese del sueño, la fantasía, ese lugar tan íntimo, todo creación propia, la propia subjetividad, la propia mente; y el mundo de la vigilia, de la relación con la realidad, con los otros que están afuera. Qué cerca están y que lejos parecen estar a veces. Largas noches de un dormir profundo pero sin sueños, sin vestigios al otro día. Días de esos tipo “correa transportadora”, hasta que, de repente uno se pregunta dónde quedó eso otro…

Y acá es donde entra Elizabeth Strout (la escritora), aunque no sé si decirte más bien sus creaciones: Lucy Barton, Olive Kitteridge (Ay William, Me llamo Lucy Barton, Luz de Febrero, Olive Kitteridge). Gente pasada de la mediana edad, vidas “normales” (sea lo que sea que es eso), pero con una habilidad muy notable para contar lo que les pasa en el mundo ese de adentro. Y para mí eso es un goce. Sé que para ti también, por eso te la presento. Como siempre me estás preguntando qué puedes leer…

Al leerla, en unas cuantas frases me siento como que he “saltado” al mundo aquel propio, íntimo, de otra persona. Ese mundo subjetivo tan difícil de relatar, a ella le fluye, parece que le fuera tan fácil! En “Ay William”, Lucy Barton cuenta un pedazo de su historia en primera persona. Mira la naturalidad con que comienza:

“Me gustaría decir unas cuantas cosas sobre mi primer marido, William.

William ha vivido últimamente experiencias muy tristes- como muchos de nosotros-y me gustaría contarlas, es casi una obsesión. William tiene 71 años.

David mi segundo marido, murió el año pasado, y al llorar por él, también he llorado por William. La pena es… ¡ay! una cosa muy solitaria, creo que en eso reside el terror que inspira. Es como resbalar por la fachada de un edificio de cristal muy alto cuando nadie te ve”

Le agradezco que tenga esa obsesión por contarme sobre cómo es la pena para ella y por qué cree que da terror (qué cierto es que da terror…).

Me doy cuenta que este comienzo tan sencillo y directo: “me gustaría decir unas cuantas cosas sobre mi primer marido”, me da permiso para también yo poder contar algunas cosas sobre este libro y no tener que explicar por qué o hilarlas demasiado bien. Simplemente tengo ganas.

Te das cuenta rápido, dos o tres pinceladas, que Lucy se ha sentido disminuida frente a William.

Cuenta cómo William empieza su día, en su espacioso departamento en N York, cruza Central Park a paso ligero, se ve bien, muy bien para su edad, y se compara con personas más fregadas con que se cruza en su caminata y se siente muy distinto, mucho mejor…”Y no era como ellos. Era un hombre alto, que no había engordado con los años, conservaba el pelo blanco pero abundante, y era…William. Y tenía una mujer, la tercera, veintidós años más joven que él. Y esto no era poca cosa.

Pero de noche, con frecuencia, sufría terrores nocturnos”.

Me interesa mucho lo que me cuenta de William y su cierta “superioridad”, las ganas de que la “pesque” y el “mono” que le produce cuando lo ve con esos pantalones que le quedan cortos y se reencuentra con ese sutil “ninguneo” hacia ella:

 “Cuando llegué al aeropuerto, vi a William a lo lejos y me fijé en que se había puesto unos pantalones demasiado cortos. Me contrarió un poco. Llevaba mocasines y unos calcetines azules que no eran ni azul oscuro ni azul claro, y los pantalones los dejaban unos centímetros sin cubrir. Ay, William, pensé. ¡Ay William!”

Lucy y William emprenden un viaje juntos a pesar de estar divorciados hace tiempo. Es claro que hay un vínculo bastante indeleble entre ellos, lleno de matices y contradicciones, como todo vínculo que se respete. Ella lo acompaña en una jornada difícil para él, ella es generosa e insegura, aunque es una escritora de éxito a estas altura de su vida.  Es que ella tiene huellas de tiempos pasados, tiempos muy inseguros y difíciles, que conviven a la par con el presente. Eso lo sabemos bien tu y yo, ¿cierto?

Están los dos más viejos, pero vuelve a encontrarse con las luces y sombras de ambos. Se nota que él se alivia mucho estando con ella. Pero no lo reconoce, es del tipo de persona que termina atribuyéndose a sí mismo ese mayor bienestar. Mira el diálogo bueno:

“Me miró y ví que en realidad no me veía.

-¿Has dormido algo?- le pregunté.

–Sí. ¿No es de locos?—Se le movió el bigote al sonreir–. He dormido como un bebé.

No me preguntó cómo había dormido y no se lo dije”.

Siempre me pregunto qué es lo que hace bueno a un libro. En este caso, me impresiona esa atmósfera íntima que logra, tan rápido. En cuatro frases arma una escena llena de implicancias, tan evocativo. Es un goce que te cuenten una buena historia, de las que te hacen olvidar el asiento en que estás sentado, de esas que te transportan a un mundo distinto a la realidad presente. Supongo además, que a pesar de que la historia tiene momentos difíciles, que alguien me haga el favor de relatarla me hace sentir que las cosas tristes y difíciles de la vida son superables.

Hay una maestría en crear una persona en el relato, con que uno se identifica porque ahí sí que te interesa lo que le va ocurriendo. Hay libros sumamente bien escritos, con descripciones inteligentes y sofisticadas, pero si no tienen esta cualidad de tocarte, no te interesan realmente, ¿te has fijado?

 Una buena escritora como ella te logra construir mundo interior, porque al nombrar las cosas que se piensan y sienten con esa lucidez, te ayuda a ti a encontrar formas más exactas y bellas de nombrarlas. Te abre mundo, como si hubieras conocido a alguien de quien te haces muy amiga. De hecho, estos libros tienen ese maravilloso don de transformarse en amigos íntimos. Termina el día, te vas a acostar y no estás sola, te espera Olive o Lucy para seguir compartiendo sus vivencias contigo. Qué acto de generosidad es escribir.

Tan de acuerdo con Lucy Barton cuando habla sobre su gusto por la lectura desde muy pequeña: “Los libros me aportaban cosas. Eso es lo importante. Hacían que me sintiera menos sola. Eso es lo importante para mí”

Para mí, esta es una lectura imprescindible. Hasta la próxima.

                                                                                 Josefina Figueroa



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