13 May Reflexiones sobre la psicopatía a propósito de la serie «Ripley»
RIPLEY, 2024
Adaptada del libro El talentoso señor Ripley de Patricia Highsmith
Disponible en Netflix.
Dra Gloria Ríos G.
Mayo 2024
Blanco y negro, cine noir, mediados del siglo veinte, nostálgica y evocativa música de los años cincuenta. Nos impactamos desde un comienzo con la belleza sobresaliente de las imágenes, y mientras permanecemos cautivados por la extraordinaria fotografía de la película, se nos va apareciendo un personaje oscuro que se encamina poco a poco hacia lo ominoso, hacia lo siniestro. “Un hombre difícil de encontrar”, se le describe: sin dirección, sin teléfono, sin oficina. Lo que queda claro desde el comienzo es su interés por el dinero.
La realización cinematográfica nos muestra detalles significativos: se puede llegar a sentir el desagrado de Tom Ripley por la pobreza en la que vive, por los ambientes lúgubres, el ruido constante y promiscuo que se amplifica en los pasillos oscuros, las paredes sucias y manchadas de humedad, la ducha oxidada que no funciona, los zapatos viejos y gastados. Patricia Highsmith describe a Tom de una manera interesante: “él siempre había creído que su rostro era el más inexpresivo del mundo, un rostro sumamente fácil de olvidar, con un aire de docilidad unido a una vaga expresión de temor que jamás había logrado borrar”. El actor Andrew Scott parece dar perfectamente en el blanco con esa descripción.
De la historia vital de Tom Ripley sabemos que es huérfano y que siente un intenso rencor hacia su tía Dottie, quien se hizo cargo de él desde que quedó solo siendo niño. Que sus padres murieron ahogados. Dice que trabaja en seguros, en contabilidad. Pero sabemos que es un estafador.
Todo en él es fabricado y falso: su sonrisa conveniente, su cuidada modulación, su disfraz de hombre de negocios, su aparente tranquilidad detrás de la que oculta eficientemente el constante temor de ser descubierto.
El inesperado encargo del padre de Dickie le brinda la oportunidad única de entrar a un mundo lujoso y sofisticado con todos los gastos pagados, y es notoria su fascinación y lo placentero de la inmersión en ese ambiente exquisito.
El acertado detallismo del realizador nos permite contrastar a un Tom oscuro, rencoroso, vacío de identificaciones nutricias, un hombre de caminar inseguro, que se cansa al subir las escaleras, que teme nadar, que se asusta mientras el bus recorre el camino costero entre acantilados; con el luminoso Dickie, el millonario, el que lo tiene todo: que es bello, sano, seguro, satisfecho, confiado, despreocupado y feliz.
Vamos descubriendo en Tom la envidia, la codicia y el intenso y creciente deseo de ser otro. Otro y no él. Su mirada persistente al anillo de Dickie, la pulsión de apoderamiento de su lapicera. La hermosa pareja que forman Dickie y Marge es observada largos momentos por Tom. ¿Es amor?, ¿admiración? ¿Siente celos de Marge?, ¿está celoso de Freddie? No, parece que no. Parece que es algo más complejo. Y más maligno. Es el deseo de ser Dickie, deseo de destruirlo y de apoderarse de sus propiedades, de su poder y de su identidad. No como una fantasía pasajera, no es una ocurrencia efímera, va tomando forma un deseo persistente y el propósito de apoderamiento va adquiriendo creciente fuerza por la convicción de Tom de merecerlo. Entonces, calculada y premeditadamente, va en pos de su realización.
La escritora Patricia Highsmith trata en profundidad temas como la mentira, el crimen y la culpa. La visión de la realidad que se desprende de sus novelas y cuentos es depresiva, pesimista y sombría, como también su concepto sobre el ser humano.
Tom Ripley ha sido tomado una tercera vez en una producción audiovisual, ahora en una serie dirigida por Steven Zaillian. Antes lo fue por René Clément en 1960, quien dirigió a Alain Delon en “A Pleno Sol”, y Anthony Minghella, a Matt Damon en 1999.
Observando a este complejo y talentoso señor Ripley aprovechemos de pasearnos por lo que nos sugiere su personalidad: el problema de la identidad, el doble, el narcisismo, la envidia, la personalidad psicopática, la destreza para la destrucción, el mal.
El concepto del doble proviene del escritor y dramaturgo E. T. Amadeus Hoffmann. Su novela gótica más oscura y célebre, “Los elixires del diablo”, se refiere a el doble, y es un relato de asesinato y suplantación de identidad cuyo personaje vive acuciado por sentimientos de persecución de un doble fantasmal. Entonces, en este concepto del doble –que proviene del romanticismo alemán– observamos fascinación, atracción, ilusión de paridad, rivalidad y desenlace mediante la muerte, lo siniestro, lo ominoso.
Si vamos más atrás en la historia, desde las tradiciones mitológicas, todos los héroes dobles comparten una incapacidad para amar y otras características comunes como la paranoia, el narcisismo y la homosexualidad reprimida. Vemos en Tom un total egocentrismo: actúa con conciencia, frialdad, cálculo y suplantación premeditada. Es un tema apasionante, atractivo y siniestro. Todo lo relacionado con la muerte, la maldad, la envidia, la no genuinidad, y el engaño, nos produce curiosidad, nos intriga por su misterio.
Una eterna pregunta que nos hacemos los psiquiatras: ¿Se puede diferenciar tan claramente la psicosis de la psicopatía? Desde la imputabilidad legal son diferentes: el psicópata es responsable de sus actos y el psicótico no. Afirmamos que el psicópata posee juicio de realidad, en cambio el psicótico lo pierde. Pero estos son criterios gruesos: en líneas más sutiles de observación esta diferenciación no parece tan clara. Respecto a la temporalidad, se ha observado que los psicópatas no tienen sentido del paso del tiempo, lo que es otra cercanía con la psicosis. También hay una delgada línea con la psicosis en la capacidad de percibir diferencias entre lo verdadero y lo falso, la pérdida del sentido de realidad, pero que es momentánea y no persistente como en la psicosis.
Les adelanto que no terminaremos con conclusiones claras, sino más bien con muchas interrogantes y preguntas, ya que no es fácil conjeturar lo que pasa en la mente de alguien oscuro, impenetrable, opaco.
En la clínica psicoanalítica necesitamos de la completa cooperación, del consentimiento y de la intención de transparencia del otro para poder incursionar en el conocimiento de su mente, y es un trabajo de dos, consentido y debe darse en un ambiente de confianza e intimidad.
Refirámonos a la envidia en la complejidad mental del señor Ripley: M. Klein considera a la envidia como una manifestación de destructividad primaria, del impulso de muerte, que sería constitucional, pero que podría empeorar con la adversidad. La gratitud sería una expresión de amor, el impulso de vida, y la antítesis de la envidia. La envidia estaría dirigida primariamente hacia el pecho nutricio y después, durante el desarrollo, los motivos de la envidia pueden ser infinitos: todo lo que represente algo valioso que no se posee pero que se valoriza, un objeto concreto, una condición, una cualidad o un estado mental de bienestar.
Sería como molestarse por el bien ajeno y alegrarse por su daño. Es el sentimiento de odio contra el que posee una cosa que nosotros no poseemos o no podemos conseguir y, al mismo tiempo, el deseo ardiente de poseer algo igual a lo que tiene el otro. El impulso envidioso es quitárselo o dañarlo.
Tom, desde su resentimiento, parece considerar que tiene el derecho de poseer todo de lo que ha sido injustamente privado. No se queda entonces solamente inmerso en una fantasía envidiosa, en Tom esto va más allá; se convierte en la convicción de merecer todo lo que tiene Dickie, Tom cree que es más merecedor que el propio Dickie. ¿Tom es homosexual? Marge piensa que es un individuo demasiado extraño y duda de su capacidad afectiva sexual relacionada a otra persona. Más que amor o deseo, podemos pensar simbólicamente en la envidia al falo.
El talento al servicio del mal
En la década de los cuarenta, Lex Luthor, el archienemigo de Superman, nos sorprendía por su gran inteligencia, pero toda esa genialidad estaba orientada hacia el mal. Yo me preguntaba –tal vez como todos los niños en esa época– por qué utilizaba esas valiosas capacidades para destruir. Tom Ripley es un personaje mucho más anónimo que Lex Luthor, es oscuro, reptiloide, pero sin duda inteligente y utiliza sus capacidades de una manera inquietantemente retorcida.
La personalidad psicopática es un trastorno de abordaje muy complejo en la clínica. Prichard, un médico y antropólogo inglés, en 1835 denominó a la psicopatía “insanía moral” (moral insanity) para describir a aquellos individuos donde los principios morales de la mente estaban fuertemente pervertidos o desviados.
Algunos estudios actuales sugieren un posible daño en el sistema cerebral de recompensas en este trastorno de la personalidad: las funciones intelectuales están intactas, mientras que el trastorno se pone de manifiesto en los sentimientos y en el temperamento. Se observa en estos individuos una incapacidad para experimentar vergüenza y culpa.
En una primera mirada nos podemos confundir y no darnos cuenta porque el psicópata puede tener una apariencia amable y agradable. A veces puede tratarse de alguien superficial, locuaz y encantador, pero con una gran capacidad de manipulación y de control sobre las demás personas. Otras veces se caracterizan por la frialdad, egocentrismo, egoísmo o irresponsabilidad. Su objetivo siempre es la satisfacción de sus propias necesidades sin importar las necesidades de los demás. Carecen de capacidad para amar, sus relaciones sociales son una fuente de conflictos indiscutible, cuando los vínculos se convierten en incómodos pueden simplemente cortarlos. Carecen de empatía, lo que les impide la compasión, pero pueden tener mucha capacidad para entender cognitivamente a los otros. Están capacitados para conocer intelectualmente las reglas sociales, pero estas son vistas solo como obstáculos. Se conducen según su propio código de comportamiento.
Como decíamos, son hábiles en manipular a otras personas, pueden fácilmente captar las necesidades y los puntos débiles del otro, y el otro puede ser utilizado a través de la seducción como mero objeto para conseguir objetivos egoístas. La violencia y la agresividad son generalmente empleadas solo cuando el encanto, la manipulación, las amenazas y la intimidación no resultan efectivas.
En el extremo de mayor gravedad se sitúa la personalidad antisocial. Se habla aquí de una atrofia de la dimensión ética y una completa incapacidad para adaptarse a los sistemas valóricos. Son individuos caracterizados por la deshonestidad, por el uso crónico e indiscriminado de la mentira. Los antisociales muestran rasgos de narcisismo patológico.
Al hablar de narcisismo nos podemos encontrar con una vasta gama desde solo rasgos hasta estructuras caracterológicas, desde un narcisismo infantil normal, hasta un narcisismo patológico que, en el extremo, llamamos narcisismo maligno. Es el que vemos en las personalidades más destructivas. Otto Kernberg es quien más ha estudiado las diferencias entre la personalidad narcisista y la psicopática, y postula que la estructura narcisista tiene mayor capacidad de planificar el futuro y mayor capacidad para establecer vínculos basados en el compromiso y la lealtad, al menos mientras el otro sea visto como un aliado .
Pero si hablamos de rasgos de personalidad, debemos alejarnos del todo o nada: sería mucho más fácil si pudiéramos verlo así, pero no. Tratándose de la mente humana nunca podemos pensar en blanco y negro, es decir, todos podemos tener algún rasgo o alguna conducta psicopática en algún momento de nuestra vida. Si intentamos dar una mirada más profunda que nos permita adentrarnos en el funcionamiento mental de Tom Ripley, guiados por una intrigante curiosidad, al mismo tiempo nos puede provocar mucho temor e inquietud. El señor Ripley tiene una vida solitaria, predomina en él la preocupación sobre sí mismo, muestra su talento para aprender rápidamente otro idioma, así como para manejar a los demás, observamos su tendencia constante a mentir y manipular. La agresión que vemos surgir en él es planificada, premeditada y nunca impulsiva o reactiva a la emoción.
Nos preguntamos si habrá alguna relación entre la premeditada ejecución del crimen en un bote en alta mar y el hecho de haber perdido a sus padres ahogados en el mar.
Lo que nos espeluzna más en este caso es la sangre fría y la crueldad. ¿Podemos imaginarnos, podemos ser empáticos con un sujeto que no siente culpa ni remordimiento?, ¿cómo empatizar con esa frialdad?
Muy distintos son los criminales por sentimiento de culpa a los que se refiere Freud: los que tienen una necesidad inconsciente de ser castigados. Bajo la premisa freudiana sobre la gratificación libidinal, ni siquiera la autodestrucción humana puede producirse sin alguna satisfacción libidinosa. Por lo tanto, existiría en algunas personas una búsqueda de satisfacción con el castigo y el padecimiento para aliviar un insoportable sentimiento de culpa, como una necesidad de reivindicación. Es el caso de R.R. Raskolnikov en “Crimen y castigo”. Nos dice Dostoievski: “El sufrimiento es la consecuencia del pecado y del mal, y al mismo tiempo el sufrimiento es redención». La creencia que el sufrimiento lava los pecados es generalizada en nuestra cultura.
¿Por qué el Sr. Ripley insiste en afirmar que es bueno? ¿Por qué esa fijación tan distorsionada? Lo observamos muy sensible al desprecio, al rechazo, lo imaginamos muy resentido. Pero no vemos ningún vestigio de culpa. Mediante un plan frío y calculado logra el total apoderamiento y la suplantación de identidad. Talento para el mal.
La extraordinaria fotografía durante todo el film nos brinda en sí misma un placer exquisito, que nos parece imprescindible porque sin el contrapunto de la belleza nos sería mucho más difícil resistir lo ominoso.